Blogger Template by Blogcrowds.

El escritor indigenista José María Arguedas (Apurímac 1911 – Lima 1969) escribió sobre el carnaval cajamarquino de Namora. En esta breve nota, Arguedas habla del paisaje namorino, de la vestimenta de los “cholos”, de la similitud de la música con la del carnaval de Ayacucho y Apurímac, identificando al pinkullu y a la tinya como los instrumentos propios del carnaval de Cajamarca. 
La experiencia del autor de Todas las sangres fue publicada en el diario El Comercio en 1960. Aquí la reproducimos:

"El vallecito de Namora comienza con maizales cercados por árboles verde capulí y de eucaliptus; junto a los árboles, el maguey levanta sus flores hasta la altura de los frutos del capulí y de los sauces.
"Algunas casas, cuyo blanqueo brilla con el sol, que ha vuelto a salir por un claro de las nubes, anuncian ya el pueblo. Frente a las casas, en el suelo del camino, grupos de cholos tocan guitarra y cantan. Pasamos rompiendo filas de campesinos, que van despacio, y cantando, al pueblo.
"Casi de repente entramos a Namora. La plaza comienza por una especie de calle que se ancha, siempre en bajada, forma un pampón orillado por casitas de corredor y se cierra casi en punta, y allí termina el pueblo; por la calle de salida se va la acequia de agua que cruza un extremo de la plaza, el agua corre por un callejón angosto sombreado por árboles de capulí y de sauce; en la misma esquina se abre otro callejón más ancho y limpio que va hacia la izquierda. Los dos caminos desembocan en la plaza. El pueblo no tiene iglesia, falta la cruz grande que siempre se ve apoyada en la fachada de todas las iglesias de los pueblos. El sol que alumbra desde un claro de las nubes dora la copa de los árboles y llega siempre a las paredes blancas y al suelo húmedo de la plaza.
"Aquí están los cholos del norte, vestidos de blanco, con sus sombreros de paja, cantando en castellano, en la plaza de su pueblo. La plaza, que es todo el pueblo, vibra; en el pampón, junto a las ramadas, a la puerta de las tienditas, o llegando de los caminos de entrada y cruzando con paso solemne todo el pampón, cantan fuerte todos. Y con guitarra.
"La música es india; es un sonsonete que repiten millares de voces cambiándole siempre la letra; es un sonsonete de carnaval, que recuerda mucho al gran carnaval de los pueblos indios de Ayacucho y Apurímac; es el del mismo estilo, tiene el mismo genio del canto de carnaval indio, porque el carnaval es un verdadero género de música en el Perú. Pero este de Namora, del norte, parece como mutilado y empobrecido, no tiene la fuerza y la gran riqueza musical del carnaval apurimeño. En la guitarra rasgan el acompañamiento, en un temple casi idéntico al que emplean en Ayacucho y Apurímac, cuando tocan el carnaval en guitarra; pero este canto de Namora es un sonsonete que jamás varía. Y, sin embargo, la plaza vibra, nos sentimos exaltados por este rumor de fiesta que domina el aire y el cielo del pueblo.
"Cantan en castellano, improvisando casi siempre la letra, y todos con guitarra. Son cholos; de indios, les queda sólo la música y lo que ella significa;cierran los ojos, y con un semblante de absoluta indiferencia, cantan por parejas; tal parece, cuando se les mira, que cantaran dormidos, como olvidados del mundo y hasta de sí mismos; y así es aún cuando cantan caminando en las calles o cruzando la plaza; uno de ellos rasga la guitarra y ambos cantan, y van al paso, a veces bastante rápido, al compás de la música, pero indiferentes, diciendo la letra del canto como en sueños; y como son generalmente bajos, pronto se les ve pequeñitos a lo largo de la gran plaza de Cajamarca o perdiéndose en los callejones que salen de Namora; caminando al compás, con los sombreros de paja alones y su ropa blanca divisándose clara y limpia entre los árboles que cruzan sus ramas sobre los muros del callejón.
"De pronto, la voz de las guitarras, que parecen dominar en el pueblo, son como acalladas por el sonido de la tinya y por la voz del pinkullu. Algún indio que entra a la plaza tocando sus instrumentos nativos. Aquí, en Namora, el indio es minoría; entra solo, cruzando el aire del pueblo con la voz aguda y autóctona de su pinkullu, solito, o seguido de su mujer, pasa entre la multitud vestida de género blanco; o se queda un rato tocando su carnaval en la plaza del pueblo.
"Es el mismo sonsonete, pero tocado en pinkullu y acompañado de la tinya se oye distinto, tiene más vida y fuerza; la tinya eleva el tono del pinkullu, yaunque es sólo voz de tambor sobre el que vibra una cuerda de tripa, parece que sonara grueso y duro, primitivo y áspero, para que el pinkullu llore límpido y humano, agitando la alegría en el corazón de los que van a la fiesta, y hasta en los árboles que rodean al pueblo y en el cielo, en las nubes, y en las estrellas, si es de noche.
"El pinkullu y la tinya son los instrumentos del carnaval indio en Cajamarca, en el Centro y en el Sur, pero los de Cajamarca les llaman “flauta” y “caja”; la flauta sólo tiene tres agujeros y un solo hombre toca ambos instrumentos: con una mano la tinya y con la otra el pinkullu; además, el pinkullu de Cajamarca es mucho más chico y delgado; el de Cuzco es el más grande: mide casi un metro y, como la quena, tiene seis agujeros adelante; se parece al de Cajamarca en que ambos son de palo de sauco; los de Ayacucho y Apurímac son de carrizo de la montaña, del “mamacc”, y como el carrizo es mucho más compacto y duro, su voz es más sonora y limpia. En Ayacucho y Apurímac los hombres tocan el pinkullu y las mujeres la tinya.
"En las plazas de los pueblos de Ayacucho y Apurímac reinan la tinya y el pinkullu toda la semana de carnaval, y desde un mes antes anuncian de los cerros, desde la cabecera de los maizales, la llegada de la fiesta; en los días de lluvia, entre el ruido del aguacero y de las avenidas que bajan arrastrando tierra de las cumbres, la voz del pinkullu llega a los pueblos, anunciando, llamando, preparando el ánimo de la gente para el “pukllay”,para los días de canto y de danza sin medida y sin temor, en la plaza, frente a las iglesias, en todas las calles; libres para la alegría y el olvido, para el baile en masa.
"Por eso la música del carnaval en Ayacucho y Apurímac es como un himno, y cuando lo cantan, entrando a las plazas o reunidos en los pampones de los ayllus, arrastra y domina, enardece y levanta la alegría en el corazón más huérfano, incendia el entusiasmo y reúne a la multitud. Es el canto máximo de la comunidad que se abandona al goce absoluto durante tres días.
"En Namora cantan por grupos o por parejas, con los ojos cerrados, o con cierto aire de desafío, levantando las guitarras hasta el pecho. Pero este coro disperso en grupos y parejas domina la plaza, llega lejos y entusiasma.
"Han seguido entrando grupos de carnavaleros a la plaza; con sus largos ponchos oscuros, casi todos de un solo color; y las puntas de adelante tiradas sobre el hombro; se han reunido algunos a la puerta de las tiendas para cantar de pie.
"El sol del atardecer ha empezado a enrojecer las nubes del oriente, el resplandor de las nubes se refleja en las paredes blanqueadas del pueblito, en los árboles y aún en la tierra de la plaza. A la luz del crepúsculo el canto y la voz de las guitarras se oyen mejor. Por el callejón ancho de la carretera llegan a galope tres montados, con las guitarras en alto; emponchados y con anchas bufandas al cuello; paran de golpe sus caballos, a la entrada de la plaza, la miran, de arriba abajo y a lo ancho, hincan las espuelas después y toman el otro callejón angosto para irse; los caballos salpican el agua de la acequia con sus cascos, y corren a todo galope bajo los árboles; los tres montados se pierden entre la arboleda, en la luz opaca y dulce del crepúsculo, siempre con las guitarras en alto, como en los cuentos. Este espectáculo no se ve nunca en el sur, y por eso nos sorprende y nos cautiva".


Referencia:
Rumbos de sol & piedra. (2015). Arguedas y el carnaval cajamarquino, recuperado de http://www.rumbosdelperu.com/-arguedas-y-el-carnaval-cajamarquino--V437.html

Su poesía se cubre de ropaje romántico, sus versos se elevan para brillar en el cielo de la emoción universal. Hay en Juvenal Vilela una manera nueva de sentir la ausencia. Inundado de romanticismo convierte el beso en un acto que se reitera con pasión en casi todos sus poemas. El silencio del amor intensifica su sentimiento.
Luzmán Salas

POEMA I
Si me vieras,
si con tus ojos me vieras
volver a ti
no siendo el de ayer,
con la mochila llena
de un azul desgastado,
con la barba crecida
y la sal del mar en los ojos.

Pero te fuiste
y solo me quedé
con la mano levantada,
con los boletos vencidos
en esta esquina paralela
donde son las gaviotas mensajeras
de noticias que no son tuyas.

En cambio olvidaste
dejarme notas de cocina
para el menú de cereales,
un poco de piel
en tu mitad de la alfombra.
Olvidaste como muy pocas veces
tus palabras,
tus gritos,
tus silencios…

MORIR EN EL INTENTO
La primera vez que soñé con volar,
fue la mañana en que mi madre
botonaba mi camisa a cuadros,
y sentado en la silla de la quinta fila
tuve mi primera cita de clases
con la maestra de la escuela.

La segunda de vez que soñé con volar,
fue una noche de Navidad
justo antes de cumplir los 9,
y quemando luces de bengala
como la estrella más cercana
conocí la sonrisa de Ariana.

La tercera vez que soñé con volar,
fue una tarde
en que sobre la mecedora
y con la espera de un niño
decidí con el Control remoto en la mano
ponerle Play…
a tanta pausa en el corazón.

La última vez que soñé con volar
fue cuando quebré una de tus alas
por abrazarte tanto
para que no te fueras.

Y fue así que,
después de haber librado
misiones secretas
en mi cometa nocturna, a la luna
volví como Avatar
a la edad que tengo,
con la sonrisa de nuestra cita
aún no cumplida;
llegué graduado de piloto atmosférico
queriendo librar batalla
con algoritmos y relojes matemáticos
que calculen los aviones de papel
que aterricé forzosamente
en los patios y azoteas,
antes de perder la cuenta
de mis saltos al volar…

LA TARDE
Tarde de garbanzos en el plato
y ensalada de col
en la blanca loza.

Tarde de carritos de madera,
de aviones y barcos de papel
en el balcón.

Tarde de una mañana
en que volvimos a jugar
con tarros de leche
y pelotas de trapo
en el patio.

Tarde de una mañana
al final del día,
en que mi verso
fue sueño de papel
en la servilleta,
la receta amasada
en el tiesto de mamá. 

Juvenal Vilela Velásquez (Cajamarca, 1979). Escritor y poeta celendino. Estudió en la Universidad Nacional de Cajamarca. Obtuvo la primera mención honrosa en el Concurso Internacional de Poesía Patio Azul - 2002 organizado por el Instituto Nacional de Cultura y Antares, además de la Pluma de Oro y la Pluma de Plata en los Juegos Florales Aristidianos (Celendín, 2003 y 2005, respectivamente). Destacan sus obras: El lado azul de la luna (2004), Danza de mariposas (2006), Una semana en seis días (2006) y Razones para llamarte Soledad (2010). Tras el verde de todas las palabras (2014) es su libro inédito.

La piedra que él canta es la de su contorno en la prisión. Poema anafórico, como los de Vallejo y Neruda, revela angustia a ratos tan intensa que no encuentra la expresión buscada, Julio Garrido Malaver está en proceso de nuevos rumbos. Orrego, el mismo que descubrió a Vallejo, escribe en el prólogo: “…versos escritos en el encalado de la pared carcelaria con bastos trozos de carbón, únicos materiales de los que disponía el poeta para su magnífico despliegue de canciones murales, allí donde sólo habían imperado siempre, agazapados, los gemidos y las sombras de los desgraciados. De esta suerte, he sido testigo constante y fehaciente de su obra. Por eso sé que detrás, en la hondonada densa e invisible, está el dolor agónico, las horas sajadas por la congoja; arriba, en el vértice diáfano, visible ya para todos, está la cosecha de luz. Sé el calvario jadeante y tenebroso que ha costado la siembra (…)”.
Maurilio Arriola Grande | Diccionario Literario del Perú (1996), T. 1, p. 421. Lima: Brasa

3
Muchas veces
he sorprendido al Viento, arrodillado, como un niño
junto a la piedra,
rogándole que vuelva a caminar, como ella caminaba,
hacia lo que es ahora,
rogándole que diga lo que decía de sí misma
y lo que vio cuando de todas partes, en la Tierra,
emergía la voz en carne humana.

He sorprendido al Viento golpeando a la piedra
para hacerla entregar flor de suyo,
latido de su entraña,
destello de su esencia.
Pero la piedra, indiferente y dura,
ha seguido pensando su silencio
que ahora puede oír mi corazón
como se oye la voz de tan lejana
en imagen sutil que nos conmueve
hasta lo más secreto que llevamos
y que nos rompe algo de cristal
que se nos va cayendo en la palabra.

27
Cuando aquí,
los anillos se cierran hasta hacernos crepitar los huesos
y se nos van cayendo, una por una,
muchas páginas de esperanza:
apoyamos las sienes febriles, febricentes,
en el muro de la piedra
y nos quedamos horas de vacío,
quizá siglos de nada,
hasta que la serenidad de la piedra
que de tanto mirarnos parece que nos horadara en lo recóndito,
dicta para nosotros, sin gestos ni palabras,
el consuelo de sabernos libres,
de esa libertad perpetua que es equilibrio y no sucumbe con el hombre
por más que lo horizonten de muros y castigos,
de fosas y cadenas
y hasta de la Muerte que ellos creen que existe
pero que nunca ha de existir para nosotros…

28
¿Por qué ha tenido que ser aquí, donde estamos atados
a lo pequeño del Tiempo que se rompe, doliéndonos,
que comprendamos tantas cosas azules,
tantos colores del espectro vital
que es la existencia humana?

Ha de ser porque, aquí,
—donde a veces el cielo
es tanta lejanía que ya ni presentimos
y la luz hace fintas para no posarse en las heridas
que nos sangran
hasta la ineficacia de ser rojas—
nos acercamos un tanto luminoso a lo profundo de la piedra;
y la piedra nos da sin darnos nada
la aspiración de ser eternidad total…

30
Yo creo que en cada piedra americana,
a más de su propia perfección y grandeza,
a más de su actitud de eternidad,
a más de su presencia que no admite todavía negaciones absolutas,
moran: un alma de laboreo cotidiano de su esperanza y de su luz
y hasta las alas múltiples
que no redondearon la plenitud de vuelos infinitos…

Ha de ser por eso,
que en la pétrea soledad de nuestras montañas,
cuando estamos a solas con nuestra alma
sentimos que la piedra nos oprime hasta el grito,
nos dilata hasta la ansiedad del abismo,
nos conturba hasta hacernos olvidar de nosotros;
y luego nos arroja, como a cantos rodados,
para seguir cayendo y levantando en las sierpes castigadas
de los difíciles caminos en cuyos recodos
se agazapa una muerte que no existe
y que mata únicamente a lo que nació sin destino…

Por eso ha de ser que, cuando estamos a solas con la piedra,
nos parece que el cielo está más cerca de nosotros;
y que si las estrellas no se sumergen,
una a una, en nuestra sangre,
será porque todavía las necesita el cielo
para seguir siendo la perfección azul del infinito…

Por eso ha de ser,
que siempre que nos hemos acercado y nos acercamos aún a la piedra
y tratamos en ella de imprimir nuestro gesto mejor
y nuestro más buen sueño,
como el más hondo dolor de todos los dolores…



Julio Garrido Malaver (Celendín 1909 – Trujillo, 1997). Poeta cajamarquino. Estudió Derecho en la Universidad de Concepción en Chile y en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima. Destacan sus obras: Palabras de tierra (1944), La dimensión de la piedra (1955, con prólogo de Antenor Orrego) y Poesía (1988, que es una recopilación hecha por César Calvo).

Poesía 6 no es un libro, no se hojea, se desdobla. Es un acordeón de papel (de 5 cm x 5 cm sin desplegar) y sabe a poesía. Es lírica mínima, condensada. Poesía de bolsillo. Digerible. Directa. En Poesía 6, Edgar Malaver nos regala 07 textos sin título, como para que cada uno le añada el suyo.

***
Felicidad
conozco tu nombre
pero
no he mirado
tus ojos
ni degustado
de tus labios.

***
Somos ahora
dos extraños
yo vivo con tu ausencia
tú vives con mi rutina
yo buscándote
en los libros
tú perdiéndome
en ellos.

***
Tu recuerdo es
un lápiz
que alimenta mil
hojas
de mi pensamiento.

***
Un poema
se posó 
en una rama
después
de acicalarse cada palabra
voló iluminando el cielo.

***
Soplaré tu nombre
al viento
para que traiga
la primavera
y ella
libere de su corazón
las flores.


***
Tus labios
se quedaron tatuados
en los míos una tarde
cuando jugamos
adolescentes
tú a buscar el peligro
y yo
a invocar la soledad.

***
He soñado
que
me soñabas
y
en el sueño
éramos felices.



Edgar Malaver Narro (Cajamarca, 1974). Poeta peruano. Edgar Malaver es profesor de Lengua y Literatura, cofundador del círculo literario Simbiosis, coautor de la revista literaria Voces. Ha publicado: Mitos de la soledad (2001), Collage Fractal (2007), Oráculos del Plancton (2011) y seis series de poemas de bolsillo (2009-2014).

Los relatos reunidos en Retorno en tiempo real y siete cuentos más realizan la exploración de la fantasía y el humor entremezclándolos bajo una pauta emocionante. Contiene: Retorno en tiempo real, Loropampa, Los amantes, Historia de Noela, Eterno amor, La maldición de los pájaros, Reconstrucción del crimen y La fórmula de la perfecta escritura.
Biblioteca Mario Vargas Llosa | Casa de la Literatura Peruana  

Título: Retorno en tiempo real y siete cuentos más
Autor: William Guillén Padilla
Año de publicación: 2013, Lima
Casa editora: Ediciones Arsam
ISBN: 978-612-4105-04-3
Páginas: 132

Entradas más recientes Entradas antiguas Inicio