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El 27 de septiembre, con motivo del 55 aniversario de la muerte del gran historiador, diplomático i político peruano don Raúl Porras Barrenechea (1897-1960), recordamos que este gran maestro de generaciones estuvo emparentado por el lado paterno con los Porras i Osores de Cajamarca (su abuelo Melitón Porras -¿cajamarquino?- fue alcalde de Lima en 1880) i mantuvo amistad con brillantes intelectuales cajamarquinos como Guillermo Luna Cartland (1895-1972), hijo del sanramonino Germán Luna Iglesias (prefecto de Cajamarca en 1911 i presidente del Senado en 1922), con quien participó en las reuniones para la reincorporación de Tacna a la Patria en la época de Leguía.
Como diplomático, Porras defendió a Cuba en la OEA durante el bloqueo yanqui (lo que le costó el puesto). Pero son sus escritos sobre el encuentro de Cajamarca los que quiero resaltar en esta nota, Porras afirma que "La derrota en Cajamarca no se explica simplemente por el arrojo de los españoles ni por el miedo de los indios. Tampoco se explica por los factores sobrehumanos alegados por ambas partes: ni el milagro del apóstol Santiago ayudando con su espada formidable a los españoles, ni la profecía de Huayna Cápac de que habla Garcilaso sobre la próxima terminación del Imperio y venida de unos hombres blancos y barbudos, a los que debían obedecer (...) Tampoco fueron los elementos materiales: las armas y los caballos de los españoles. Es cierto que infundían espanto los arcabuces y las cargas de caballería, pero la superioridad de armas españolas estaba compensada en la enorme superioridad numérica de los indios y el espanto primitivo causado por los caballos desapareció pronto. Los indios trataban de evitar a éstos eludiendo los llanos, combatiendo en las breñas, abriendo hoyos en los campos para que se despernancaran los equinos. En el sitio de Cuzco varios indios se cogían de las colas de los caballos impidiéndoles caminar. (...) En realidad el Imperio Incaico empezaba a derrumbarse solo. Era un organismo caduco y viciado, que tenía en su enormidad territorial el más activo germen de disolución. (...) Con Huayna Cápac se inició la decadencia. Huayna Cápac era aún un gran conquistador como su padre y abuelo, pero en él se presentan y se afirman ya los síntomas de una corrupción. La conquista de Quito es la pérdida del Tahuantinsuyo. (...) Cuzqueños y quiteños no formaban ya una sola nación, eran extranjeros y enemigos. (...) El olvido o desdén por las tradiciones incaicas llega, en este proceso de disolución, hasta la profanación. Atahualpa allana la huaca de Huamachuco que le presagia mal fin, derriba al ídolo y decapita al sacerdote. Huáscar desdeñaba las momias de sus antepasados, según Pedro Pizarro; y Santa Cruz Pachacuti le acusa de haber autorizado la violación de las vírgenes del Sol. Quisquis y Calcuchima realizan, aun, el mayor desacato concebible a la majestad de los Incas: la momia de Túpac Inka Yupanki fue extraída de su palacio, donde era reverenciada, y quemada públicamente. Pero, la nota más característica de este desquiciamiento, que perfila ya el desprestigio de la autoridad y el desborde sacrílego, es la acentuación de la crueldad. Atahualpa escarmienta ferozmente a los cañaris, haciendo abrir el vientre a las mujeres en cinta, y dar muerte a sus hijos." (Tomado de: La caída del Imperio Incaico, por RPB, 1935).
Como mencionamos al principio, en esta fecha también recordamos la amistad del maestro Raúl Porras con un gran intelectual cajamarquino, el poeta Guillermo Luna Cartland (1895-1972), quien participó de sus tertulias i debates en los años de la Reforma Universitaria en las aulas de la Universidad de San Marcos, en cuyos claustros fundaron ambos la revista Alma Latina en 1915. Allí también se encontraría con el historiador Jorge Guillermo Leguía (1898-1935), presidente de la Federación Universitaria de San Marcos e hijo del gran historiador lambayecano Germán Leguía i Martínez (quien estudió en el colegio San Ramón de nuestra ciudad i dirigió los combativos periódicos Juventud i La Locomotora antes de la guerra del Pacífico). La de Porras era la generación del Centenario, con nombres como Jorge Basadre, Guillermo Luna i Luis Alberto Sánchez, entre otros. Porras también conoció al mítico comandante Julio C. Guerrero, el militar cajamarquino que fue secretario del mariscal Cáceres i el autor de la idea de convertir al Perú en una serie de estados federales. Va, por estos motivos, un homenaje al maestro Porras i al recuerdo de sus amistades cajamarquinas.

Título: 
Sin paracaídas x 3
Autores: 
Alfredo Alcalde Huamán
Doan Ortiz Zamora
Juvenal Vilela Velázquez
Depósito legal: 
Biblioteca Nacional del Perú N° 2015-07129 
Edición: 1ra, mayo de 2015.
Páginas: 28



Sobre el blanco cielo de la poesía de papel, tres poetas suben sin paracaídas. Uno busca el vuelo poético del amor mientras escucha un blues.  El segundo es un poeta atmosférico con muchas horas de vuelo en aviones de papel, i el tercero pilota varios registros de sueños i versos. Nadie lleva paracaídas. Para ellos escribir es ascender hasta el cielo blanco que es el poema.
Los tres suben sin paracaídas, sin saber —o sabiendo tal vez— que cien años antes, después de la 1ra. Guerra Mundial, unos pilotos estadounidenses realizaron en pleno vuelo una serie de proezas funambulísticas, al caminar sobre las alas o hacer temerarias acrobacias i demostraciones de equilibrio con sus biplanos. Les llamaban los barnstormers, pero hubo quienes sintieron en ellos la precisión del suicida. Como las de estos pilotos, las acrobacias de estos tres cajamarquinos son arriesgadas.
Arriesgado oficio es el volar sin paracaídas. Al primero de ellos, Doan, los paracaídas le recuerdan a Marilyn Monroe en el estudio del pintor Humareda «donde los sueños son devastados por la prudencia», pero Doan también quiere plasmar sobre este blanco lienzo unas imágenes similares «al viento, a la nada» que le reten a buscar la perfección del vuelo poético, a buscar el rostro del amor con «espíritu de ave». Por eso invoca su nombre: Poesía.
Para alguien que sueña, como Juvenal, con que sus aviones de papel aterrizan «forzosamente / En los patios y azoteas», la construcción de imágenes surrealistas es la manera de llenar las ausencias, de pintar la soledad con su «traje de lluvia» para verla siempre. Sabe Juvenal que después del vuelo ha de volver, sin paracaídas, a sus viejos oficios «A ser gasfitero de casas de papel» para encontrarla i amarla.
Acercarse al fuego poético tiene sus riesgos. Eso lo sabe bien Alfredo, el tercero, para quien volar es introducirse en la nube prodigiosa de Borges o imaginar la caída de Ícaro con sus alas derretidas. Alimentar el fuego prometido avivará el amor distante que dejó «en el otro lado de la calle».  En pleno vuelo, la voz del corazón le impele a revelar una de sus acrobacias «Para que sepas que no me olvido de ti / te escribo dos noches por hora».
Muchas formas adoptan el lienzo poético i sus pinceles de fuego, i es arriesgado subir a la poesía sin la revelación de la luz poética, pero estos tres poetas no tienen miedo de volar.


Barcelona, mayo de 2015.

VALLEJO condensa una serie de factores intactos y aún no profanados en la actualidad. Hablar de Vallejo hoy, congrega a rendir culto a uno de los más celebres poetas que existió en el mundo. En determinadas etapas de la obra de Vallejo, se aprecia el hombre comprometido, en primera instancia con su origen y familia, luego la preocupación del yo existencial, y posteriormente llega a crear en tercera persona la constante inquietud sobre la humanidad. En diferentes procesos encontramos la tendencia de ya no pertenecer a un país, sino al mundo; difícil suceso que cada artista debería cumplir y nuestro querido César Abraham Vallejo Mendoza lo ha logrado a medida de sus versos siguen el sendero de la universalidad y eternidad (dignos elementos de su naturaleza).
César Vallejo, en su obra, identifica el individuo y sujeto como esencia de un nómade  invisible, volviendo al primer momento en que estuvo, pero en un lugar diferente. Extrae una secuencia perfecta de sucesos, ligados premonitoriamente de abismos y volcanes arcaicos, teniendo en cuenta que cada verso es anterior y la vez posterior al otro. Vallejo ha demostrado ser un poeta de acto y no un poeta en potencia, sumergiendo al lector no a un discurso poetológico  o  interpretativo, sino instrumental, definiendo su diversidad poética con condiciones de producción polisémica. Atribuyendo su línea poética a compases armónicos de extraña fragancia, balanceándose en una comunicación objetiva debido a su propia singularidad. Vallejo exige una profundidad abismal para el entendimiento de su técnica y pensamiento, se debaten finos roces lingüísticos que desintegran el verso y prosa tradicional. El arquetipo logocéntrico y la emotividad opaca de Vallejo, llega a remplazar siglos de incertidumbre poética y enlaces de diferente dimensión. Los Heraldos Negros generan una revolución poética, moldeando signos como la energía y la condensación de la invención poética, desarrollando la eliminación de toda palabra de existencia accesoria, con el nacimiento de la expresión pura encontrada en los verbos y en los sustantivos. En relación a los mitos correlativos de la palabra exacta, Vallejo pregona una economía de la palabra, logrando una morfosintaxis penetrante. La inmensa infinidad de la lengua natural, no extrae precisiones efímeras, al contrario sustituye códigos de solidez inventiva con la finalidad de prolongar una ligera perfección emergida por la causa total de los efectos de sus textos literarios.
Vallejo delimita sus fronteras con furtivas expresiones coherentes y llenas de riesgos al inequívoco, revelando propiedades desconocidas del absoluto imposible e inexpresable. En Europa, César Vallejo desarrolla el trabajo periodístico, logrando aportar un material de considerable importancia para la crónica, aun no explorada de manera compleja por sus críticos. Los textos narrativos del autor de Fabla Salvaje, argumentan una densa línea de exploración, donde la etapa evolutiva marca un rigor de estricta veneración en su prosa. El inicio de la narrativa vallejiana experimenta esencialmente rastros de literatura oculta que han sido encontrados, gracias a una intensa búsqueda artística. En Tungsteno y en el famoso Paco Yunque, encontramos una preocupación directamente vinculada a los años que Vallejo dedicó al estudio del marxismo en Europa y la escritura de estos do textos roza muy de cerca el tiempo en que escribió sus reportajes dedicados a la Unión Soviética: Rusia en 1931 y Rusia ante el II Plan Quinquenal. Queda así reflejada la ruta de un cambio de motivaciones que tuvo resultados muy concretos en la literatura de Vallejo. En sus escritos periodísticos los argumentos paralelos trascienden frenéticamente como en “Autopsia del surrealismo” resulta un texto muy iluminador y coincide, además, con la postura asumida por los literatos latinoamericanos de la época. Moderando el concepto de las maravillas surrealistas, de modo que el cuestionamiento sobre la ideología, emplea una función de modelo cultural dominante, detallando un aspecto resaltante en las crónicas de Vallejo. En conjunto, la narrativa vallejiana puede tener menor valor que su poesía y esto es algo que puede decirse sin exagerar con la subjetividad; sin embargo las tensiones que existen en su prosa arrojan muchos signos sobre la intelectualidad y espiritualidad del autor. César Vallejo no solo forma parte de la poesía, o la poesía formó parte de él, también dejó un legado de indudable exquisitez en su narrativa, logrando ser un escritor explorador de la tan inexplorable jungla literaria.

En el Perú actual, simplificando, existen dos grupos opuestos que compiten por el poder para definir qué es la narrativa y que tienen dos perspectivas del mundo, una más occidentalizada y otra con más influencia del mundo andino. Esta brecha se ve en la narrativa peruana desde los años cincuenta y los dos grupos tienen como modelos a Mario Vargas llosa y a José María Arguedas. El escritor Luis Nieto Degregori llama a estos dos grupos los criollos y los andinos. Según él, la vertiente criolla tiene más presencia en el Perú que la andina, y se asocia la criolla con la modernidad y la calidad técnica. En la vertiente andina hay una expresión más amplia de las culturas prehispánicas, la distribución de libros es bastante informal y hasta consiste en obsequiar libros. Existe crítica de que los andinos no saben usar las últimas técnicas narrativas y, por eso, no escriben bien, mientras que el otro campo dice que los criollos escriben una literatura “light”, enfocándose en lo superficial.
¿Dónde podemos ubicar a WALTER LINGÁN dentro de este contexto? En primer lugar, está doblemente marginado. Se ubica más al lado de los andinos, pero vive en Alemania hace años y no puede estar presente en los debates dentro del país. Ha publicado en Europa y fuera del centrismo limeño en el Perú. Dicho esto, su último libro, La danza de la viuda negra, se presentó en la VI Feria del Libro en Lima el 30 de junio del 2001 y ha publicado dos cuentos: “Pacha Tikra (Mundo revuelto)” y “Vida alegre con gato negro en la ventana”, en la revista en Internet, Ciberayllu. A pesar de no ser parte del grupo hegemónico en el Perú, se está haciendo conocido por una simple razón: su calidad literaria. Manuel Scorza dijo que trabajó con mucho cuidado para escribir bien porque había tanta crítica de la calidad de la escritura en la narrativa regional. Así también Walter Lingán trabaja la letra con mucho éxito y es un placer leer su obra. Su obra publicada incluye un libro de poesía (El amor también es subversivo, Lima: Edición Arte, 1986), dos novelas (Por un puñadito de sal, Lima: Editora Magisterial, 1993, y El lado oscuro de Magdalena, Trujillo: Rada-Ediciones, 1996), y dos colecciones de cuentos (Los tocadores de la pocaelipsis, León, España: Ediciones del Curueño, 1999 y La danza de la viuda negra, Lima: Fondo Editorial de Comas, 2001). Además, dirige ila-latina, una revista cultural en español publicada en Alemania.

Echemos un vistazo a su último libro de cuentos: La danza de la viuda negra. Tres de los ocho cuentos, “El Motori”, “La danza de la viuda negra” y “¡Pacha tikra!”, han ganado premios literarios. Los cuentos se ubican principalmente en el mundo rural peruano, muchos en los tiempos caóticos de los años ochenta. Casi todas las historias se enfocan desde la percepción de los que sufren, o, como decía Scorza, desde la perspectiva de los oprimidos. Encontramos a un niño huérfano de madre que vive una vida de perro, otro niño vendido a una chichera, una mujer de quien había rumores que un grupo de hombres la violó cuando era joven y que sólo buscaba venganza, soldados que masacran a civiles inocentes, policías que detienen y torturan a personas inocentes por razones absurdas, la peregrinación constante de un hombre en búsqueda de la solvencia económica, y la muerte al azar por un accidente de transporte. En los cuentos muestra una visión ficticia de los años de la violencia y de toda la historia peruana, como la lucha por la tierra y una vida digna. Así se nutre de una larga tradición peruana que data desde Guamán Poma y pasa por escritores como Alegría, Arguedas y Scorza. No quiero decir que Lingán escribe narrativa indigenista o neoindigenista, corrientes ya pasadas y despreciadas por un segmento de la crítica literaria, sino que forma parte de un grupo estimable de escritores peruanos que se preocupa profundamente por su país. A diferencia de lo que dicen unos críticos, inquietarse por lo social no significa repetir los excesos del indeginismo, carecer de un sentido de humor o escribir mal. Walter Lingán es un escritor que escribe bien, tiene historias divertidas y posee un buen sentido de humor. Es un escritor de peso cuya fama va a seguir creciendo.

ALFREDO PITA nació en 1948 en Celendín, norte andino del Perú. En 1999 su novela El Cazador ausente recibió el Premio Internacional Las Dos Orillas del Salón del Libro Iberoamericano en Gijón (España), lo que implicó su edición simultánea en España, Francia, Portugal, Alemania, Italia y Grecia. En el Perú recibió el Premio Poeta Joven durante el Encuentro Nacional de Poetas Peruanos (1966), y el Premio de Cuento discernido por la revista Caretas (en 1986 y 1991 respectivamente). Sus textos figuran en distintas antologías sobre literatura latinoamericana publicadas en Europa. Valga destacar la labor de Pita como intelectual público. Durante los años 80, al comienzo del terror en el Perú, Pita cubrió la información en Ayacucho, en el centro de la violencia. Pita vive en París y trabaja para la Agencia France Presse. Contrario a su compatriota Mario Vargas Llosa, quien desde los años 80 hasta hoy en día ha abogado por el neoliberalismo y por regímenes de derecha, Pita mantiene su posición y continúa la defensa de los derechos humanos a través de su labor periodística.
Pita empezó a escribir narrativa a finales de los años 70 y comienzos de los 80. Pertenece al grupo de escritores cuya vida se vio afectada por los hechos históricos de la década del 70, y especialmente, por los acontecimientos posteriores a 1979. Sus contemporáneos conforman lo que algunos han denominado “generación del desencanto” (González Vigil 20-21), la cual vivió la crisis sociopolítica y económica de los años 80 en el Perú, época de gran violencia. Pita vivió el estímulo de la Revolución Cubana, admiró el Boom de la literatura latinoamericana y militó en la izquierda. Hoy en día el autor tiene una visión más crítica frente a la política, pero mantiene el optimismo y el compromiso en la lucha por un Perú inclusivo para todos y exento de autoritarismo.
Pita dice haber adquirido conciencia en los años 60 y madurado en los 70 y 80 (La República 2-3). El peruano escribió su primer libro de cuentos a finales de los años 70 y comienzos de los 80. Tanto González Vigil como Niño de Guzmán comentan sobre la situación sociopolítica y económica de los años 80, en la cual predominó la violencia y el empobrecimiento de la población. La violencia provino tanto de Sendero Luminoso, como de las Fuerzas Armadas y Policiales. A la “guerra sucia” se le sumó la delincuencia común y el tráfico de drogas, aspectos todos que el lector de Pita encuentra en su narrativa. Como afirma Peter Flindell, las condiciones empeoraron, el malestar social se incrementó y varias huelgas nacionales tuvieron lugar en las ciudades y el campo. Siguiendo al historiador, el crimen callejero y la violencia social y política aumentaron rápidamente. Según Flindell el número de crímenes reportados subió de 123.230 en 1980 a 152.561 en 1985, y la violencia de Sendero Luminoso y los secuestros de grupos como el MRTA se incrementaron (Flindell Klarén 376). Así pues, el nivel de violencia de los años 80 en el Perú dejó huella en escritores como Pita y produjo una cuentística truculenta que da testimonio de esta “época de los cadáveres”, como la llaman algunos. Valga aclarar que el peruano escribió la mayoría de los cuentos que componen Y de pronto anochece en los años 70, época también marcada por la violencia.
Por su parte, Julio Ortega incluye a Pita en el grupo de escritores que “oponen al monólogo del trauma nacional la ironía compartida (de linaje ribeyrano) y el gusto por las voces des-autorizadas (de estirpe bryceana)”:
Pero serán Fernando Ampuero, Isaac Goldemberg, Guillermo Niño de Guzmán, Alfredo Pita, Alonso Cueto, Abelardo Sánchez León, Alejandro Sánchez Aizcorbe, Carmen Ollé, Rocío Silva Santisteban quienes reconstruirán la casa del relato peruano como albergue en la intemperie. Sus héroes y heroínas (cuya dicción familiar sutura la violencia) viven los ritos de la socialización como si disputaran el alma al mercado. Los anima una intimidad desapacible, la nostalgia sin nombre de lo genuino. Pero si la comedia social es de por si inauténtica, estos personajes se buscan en la incertidumbre del diálogo. Todos ellos recusan un mundo mal construido pero no es ya un medio inexorable e incólume, sino un teatro cambiante donde oponen al monólogo del trauma nacional la ironía compartida (de linaje ribeyrano) y el gusto por las voces des-autorizadas (de estirpe bryceana). En Caramelo verde (2002), Ampuero logra la mejor comedia de la socialización peruana: el aprendiz del mercado es iniciado en el comercio de la droga, aprende el embuste y la trampa, pero huye y desaparece en la selva, fuera de lo legible. Ya no como en La vorágine de José E. Rivera tragado por ella, sino como una cura en salud. Alonso Cueto en Grandes miradas (2003) se propone lo más difícil: la historia política de corrupción y violencia de Fujimori y Montesinos, feroces y banales (“Relato peruano de entre siglos” 2).
Villamil, M. “Narrativa peruana: el caso de Alfredo Pita. Algunos aspectos de su cuentística”. Espéculo 44 (2010): Universidad Complutense de Madrid.


ANÓNIMO
Soy un fantasma
que se acurruca en el vientre
de una pared,
y baja por el vacío
haciendo un zigzag
quedándome solo
con mi propia sombra.
Soy un poema
que se escribe solo
y persigue al verso desnudo
en playas de letras desiertas.
Soy un pisco danzante
que espera embriagar a las estrellas
y a las nubes
para que descifren su secreto.
Vivo en montañas y cavernas,
en ciudades de piedra
que a veces se convierten en hojalata.
Vivo en bosques nocturnos,
en libros, en dorsos de mujeres,
en cartas en blanco.
Bailo al ritmo de la noche
bajo miradas penetrantes
que forman los astros en su travesía.

VENTANA INFINITA
Contemplo la ventana vacía,
sin aire,
donde los segundos nacen y mueren
a cada instante.
Es una ventana al vacío,
una brizna del infinito,
suculenta en la corteza de los árboles,
envuelta por el cortejo de los gorriones
que admiro desde mi ventana.

Las palpitaciones extrañas
duermen en el paraíso de un corsario
sitio desdentado
donde las horas son cementerios de tiempo
y las luces ya no se las oyen
porque perdieron el brillo.

Desde mi ventana la crudeza
se cocina lentamente
con el fuego envejecido,
y el desdén induce a la súplica a arrodillarse.

Descuajar el viento aferrado
al rozar los rostros más frágiles
y fraguar la herida abierta
en tiempos interminables.

Los mamíferos huyen de mi ventana
para embriagarse
y escuchar al ruido.
Solo quedan los seres invisibles
naufragando en mi ventana.

GOTAS DE FUEGO
I
Y en esta mañana
Que asciende con velas prendidas dentro
De los vestigios tormentosos de las tardes,
Tu recuerdo prende todos los mecheros
Desdibujados por las olas del olvido
Que crece en telas semi rasgadas
Con el viento frenético
De los incansables látigos
Que asumen junto a mi piel
Los destrozos desvanecidos
De libélulas que con sus alas forman soles,
Esos soles perdidos en esas mañanas de escaramuza,
Divulgados por nuestros oídos
Que fueron frotándose en la lluvia.

Te mirabas dentro del bosque
Entre vidrios consumidos
Entre hojas secas
En su danza crecías
Oscilando tu belleza aterradora a los insectos.

II
Otra madrugada con los pies fríos,
El aire desciende por toda tu piel,
Tu voz es un espiral que sumerge
En las palabras.

La vereda de tu casa se ha extasiado de mentiras,
Tu fuego son gotas que brotan las palmas de tus manos.
Mi locura por tenerte antes que llegue el Sol.

III
¡Vuela!
Como si fueras la única
Con esas alas de madera
Bifurcando al resto
(No te he presionado lo suficiente
Para saber tu néctar de flor).

¡Vuela!
Ofreciendo tus alas a los árboles
Disolviendo tu frescura
Con los caracoles inverosímiles.
Asumiendo el duelo
De los cadáveres frescos de la noche
Vislumbrados por la mirada de los búhos
Oscilándose a gargantas de barro.

IV
¡Caes!
Con la lluvia.
La tierra
Sitio perfecto
Para soñar.


Doan Ortiz Zamora (Cajamarca, 1988). Poeta peruano. Estudió Ingeniería de Sistemas en la Universidad Nacional de Cajamarca. Ha publicado Gotas de Fuego (2007). Actualmente es Director del Diario El Cumbe.

El escritor indigenista José María Arguedas (Apurímac 1911 – Lima 1969) escribió sobre el carnaval cajamarquino de Namora. En esta breve nota, Arguedas habla del paisaje namorino, de la vestimenta de los “cholos”, de la similitud de la música con la del carnaval de Ayacucho y Apurímac, identificando al pinkullu y a la tinya como los instrumentos propios del carnaval de Cajamarca. 
La experiencia del autor de Todas las sangres fue publicada en el diario El Comercio en 1960. Aquí la reproducimos:

"El vallecito de Namora comienza con maizales cercados por árboles verde capulí y de eucaliptus; junto a los árboles, el maguey levanta sus flores hasta la altura de los frutos del capulí y de los sauces.
"Algunas casas, cuyo blanqueo brilla con el sol, que ha vuelto a salir por un claro de las nubes, anuncian ya el pueblo. Frente a las casas, en el suelo del camino, grupos de cholos tocan guitarra y cantan. Pasamos rompiendo filas de campesinos, que van despacio, y cantando, al pueblo.
"Casi de repente entramos a Namora. La plaza comienza por una especie de calle que se ancha, siempre en bajada, forma un pampón orillado por casitas de corredor y se cierra casi en punta, y allí termina el pueblo; por la calle de salida se va la acequia de agua que cruza un extremo de la plaza, el agua corre por un callejón angosto sombreado por árboles de capulí y de sauce; en la misma esquina se abre otro callejón más ancho y limpio que va hacia la izquierda. Los dos caminos desembocan en la plaza. El pueblo no tiene iglesia, falta la cruz grande que siempre se ve apoyada en la fachada de todas las iglesias de los pueblos. El sol que alumbra desde un claro de las nubes dora la copa de los árboles y llega siempre a las paredes blancas y al suelo húmedo de la plaza.
"Aquí están los cholos del norte, vestidos de blanco, con sus sombreros de paja, cantando en castellano, en la plaza de su pueblo. La plaza, que es todo el pueblo, vibra; en el pampón, junto a las ramadas, a la puerta de las tienditas, o llegando de los caminos de entrada y cruzando con paso solemne todo el pampón, cantan fuerte todos. Y con guitarra.
"La música es india; es un sonsonete que repiten millares de voces cambiándole siempre la letra; es un sonsonete de carnaval, que recuerda mucho al gran carnaval de los pueblos indios de Ayacucho y Apurímac; es el del mismo estilo, tiene el mismo genio del canto de carnaval indio, porque el carnaval es un verdadero género de música en el Perú. Pero este de Namora, del norte, parece como mutilado y empobrecido, no tiene la fuerza y la gran riqueza musical del carnaval apurimeño. En la guitarra rasgan el acompañamiento, en un temple casi idéntico al que emplean en Ayacucho y Apurímac, cuando tocan el carnaval en guitarra; pero este canto de Namora es un sonsonete que jamás varía. Y, sin embargo, la plaza vibra, nos sentimos exaltados por este rumor de fiesta que domina el aire y el cielo del pueblo.
"Cantan en castellano, improvisando casi siempre la letra, y todos con guitarra. Son cholos; de indios, les queda sólo la música y lo que ella significa;cierran los ojos, y con un semblante de absoluta indiferencia, cantan por parejas; tal parece, cuando se les mira, que cantaran dormidos, como olvidados del mundo y hasta de sí mismos; y así es aún cuando cantan caminando en las calles o cruzando la plaza; uno de ellos rasga la guitarra y ambos cantan, y van al paso, a veces bastante rápido, al compás de la música, pero indiferentes, diciendo la letra del canto como en sueños; y como son generalmente bajos, pronto se les ve pequeñitos a lo largo de la gran plaza de Cajamarca o perdiéndose en los callejones que salen de Namora; caminando al compás, con los sombreros de paja alones y su ropa blanca divisándose clara y limpia entre los árboles que cruzan sus ramas sobre los muros del callejón.
"De pronto, la voz de las guitarras, que parecen dominar en el pueblo, son como acalladas por el sonido de la tinya y por la voz del pinkullu. Algún indio que entra a la plaza tocando sus instrumentos nativos. Aquí, en Namora, el indio es minoría; entra solo, cruzando el aire del pueblo con la voz aguda y autóctona de su pinkullu, solito, o seguido de su mujer, pasa entre la multitud vestida de género blanco; o se queda un rato tocando su carnaval en la plaza del pueblo.
"Es el mismo sonsonete, pero tocado en pinkullu y acompañado de la tinya se oye distinto, tiene más vida y fuerza; la tinya eleva el tono del pinkullu, yaunque es sólo voz de tambor sobre el que vibra una cuerda de tripa, parece que sonara grueso y duro, primitivo y áspero, para que el pinkullu llore límpido y humano, agitando la alegría en el corazón de los que van a la fiesta, y hasta en los árboles que rodean al pueblo y en el cielo, en las nubes, y en las estrellas, si es de noche.
"El pinkullu y la tinya son los instrumentos del carnaval indio en Cajamarca, en el Centro y en el Sur, pero los de Cajamarca les llaman “flauta” y “caja”; la flauta sólo tiene tres agujeros y un solo hombre toca ambos instrumentos: con una mano la tinya y con la otra el pinkullu; además, el pinkullu de Cajamarca es mucho más chico y delgado; el de Cuzco es el más grande: mide casi un metro y, como la quena, tiene seis agujeros adelante; se parece al de Cajamarca en que ambos son de palo de sauco; los de Ayacucho y Apurímac son de carrizo de la montaña, del “mamacc”, y como el carrizo es mucho más compacto y duro, su voz es más sonora y limpia. En Ayacucho y Apurímac los hombres tocan el pinkullu y las mujeres la tinya.
"En las plazas de los pueblos de Ayacucho y Apurímac reinan la tinya y el pinkullu toda la semana de carnaval, y desde un mes antes anuncian de los cerros, desde la cabecera de los maizales, la llegada de la fiesta; en los días de lluvia, entre el ruido del aguacero y de las avenidas que bajan arrastrando tierra de las cumbres, la voz del pinkullu llega a los pueblos, anunciando, llamando, preparando el ánimo de la gente para el “pukllay”,para los días de canto y de danza sin medida y sin temor, en la plaza, frente a las iglesias, en todas las calles; libres para la alegría y el olvido, para el baile en masa.
"Por eso la música del carnaval en Ayacucho y Apurímac es como un himno, y cuando lo cantan, entrando a las plazas o reunidos en los pampones de los ayllus, arrastra y domina, enardece y levanta la alegría en el corazón más huérfano, incendia el entusiasmo y reúne a la multitud. Es el canto máximo de la comunidad que se abandona al goce absoluto durante tres días.
"En Namora cantan por grupos o por parejas, con los ojos cerrados, o con cierto aire de desafío, levantando las guitarras hasta el pecho. Pero este coro disperso en grupos y parejas domina la plaza, llega lejos y entusiasma.
"Han seguido entrando grupos de carnavaleros a la plaza; con sus largos ponchos oscuros, casi todos de un solo color; y las puntas de adelante tiradas sobre el hombro; se han reunido algunos a la puerta de las tiendas para cantar de pie.
"El sol del atardecer ha empezado a enrojecer las nubes del oriente, el resplandor de las nubes se refleja en las paredes blanqueadas del pueblito, en los árboles y aún en la tierra de la plaza. A la luz del crepúsculo el canto y la voz de las guitarras se oyen mejor. Por el callejón ancho de la carretera llegan a galope tres montados, con las guitarras en alto; emponchados y con anchas bufandas al cuello; paran de golpe sus caballos, a la entrada de la plaza, la miran, de arriba abajo y a lo ancho, hincan las espuelas después y toman el otro callejón angosto para irse; los caballos salpican el agua de la acequia con sus cascos, y corren a todo galope bajo los árboles; los tres montados se pierden entre la arboleda, en la luz opaca y dulce del crepúsculo, siempre con las guitarras en alto, como en los cuentos. Este espectáculo no se ve nunca en el sur, y por eso nos sorprende y nos cautiva".


Referencia:
Rumbos de sol & piedra. (2015). Arguedas y el carnaval cajamarquino, recuperado de http://www.rumbosdelperu.com/-arguedas-y-el-carnaval-cajamarquino--V437.html

Su poesía se cubre de ropaje romántico, sus versos se elevan para brillar en el cielo de la emoción universal. Hay en Juvenal Vilela una manera nueva de sentir la ausencia. Inundado de romanticismo convierte el beso en un acto que se reitera con pasión en casi todos sus poemas. El silencio del amor intensifica su sentimiento.
Luzmán Salas

POEMA I
Si me vieras,
si con tus ojos me vieras
volver a ti
no siendo el de ayer,
con la mochila llena
de un azul desgastado,
con la barba crecida
y la sal del mar en los ojos.

Pero te fuiste
y solo me quedé
con la mano levantada,
con los boletos vencidos
en esta esquina paralela
donde son las gaviotas mensajeras
de noticias que no son tuyas.

En cambio olvidaste
dejarme notas de cocina
para el menú de cereales,
un poco de piel
en tu mitad de la alfombra.
Olvidaste como muy pocas veces
tus palabras,
tus gritos,
tus silencios…

MORIR EN EL INTENTO
La primera vez que soñé con volar,
fue la mañana en que mi madre
botonaba mi camisa a cuadros,
y sentado en la silla de la quinta fila
tuve mi primera cita de clases
con la maestra de la escuela.

La segunda de vez que soñé con volar,
fue una noche de Navidad
justo antes de cumplir los 9,
y quemando luces de bengala
como la estrella más cercana
conocí la sonrisa de Ariana.

La tercera vez que soñé con volar,
fue una tarde
en que sobre la mecedora
y con la espera de un niño
decidí con el Control remoto en la mano
ponerle Play…
a tanta pausa en el corazón.

La última vez que soñé con volar
fue cuando quebré una de tus alas
por abrazarte tanto
para que no te fueras.

Y fue así que,
después de haber librado
misiones secretas
en mi cometa nocturna, a la luna
volví como Avatar
a la edad que tengo,
con la sonrisa de nuestra cita
aún no cumplida;
llegué graduado de piloto atmosférico
queriendo librar batalla
con algoritmos y relojes matemáticos
que calculen los aviones de papel
que aterricé forzosamente
en los patios y azoteas,
antes de perder la cuenta
de mis saltos al volar…

LA TARDE
Tarde de garbanzos en el plato
y ensalada de col
en la blanca loza.

Tarde de carritos de madera,
de aviones y barcos de papel
en el balcón.

Tarde de una mañana
en que volvimos a jugar
con tarros de leche
y pelotas de trapo
en el patio.

Tarde de una mañana
al final del día,
en que mi verso
fue sueño de papel
en la servilleta,
la receta amasada
en el tiesto de mamá. 

Juvenal Vilela Velásquez (Cajamarca, 1979). Escritor y poeta celendino. Estudió en la Universidad Nacional de Cajamarca. Obtuvo la primera mención honrosa en el Concurso Internacional de Poesía Patio Azul - 2002 organizado por el Instituto Nacional de Cultura y Antares, además de la Pluma de Oro y la Pluma de Plata en los Juegos Florales Aristidianos (Celendín, 2003 y 2005, respectivamente). Destacan sus obras: El lado azul de la luna (2004), Danza de mariposas (2006), Una semana en seis días (2006) y Razones para llamarte Soledad (2010). Tras el verde de todas las palabras (2014) es su libro inédito.

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